GONIN (1995) Cinco hombres (muertos) y ninguna mujer

Gonin (五人, "Cinco Hombres") es un thriller criminal de 1995 y el séptimo largometraje dirigido por Takashi Ishii. 

La película parte de una premisa híper genérica: Un equipo de (you’ve guessed it!!) cinco hombres desgraciados deciden robar a los yakuza para cambiar su suerte. 

Ese planteamiento invita a pensar que la película caerá en el mismo saco que miles de thrillers criminales (tanto del cine asiático como de Hollywood, tan solo sustituye “yakuzas” por “gangster genérico”) de los noventa y dosmiles. Y sí, su marco de género es inevitablemente MichaelMannesco. Pero Gonin termina mutando hacia una experiencia alejadísima de cualquier expectativa. Nos olvidamos del "I'm putting together a team" / "You son of a bitch, I'm in" que el género casi exige y nos adentramos en una pesadilla neón de desesperación desastrosa, hiper estilizada y vengativa.

Los homónimos cinco son uno de los factores que (desde la interpretación) elevan la propuesta: 

Koichi Sato como Bandai, dueño de una discoteca en bancarrota; Masahiro Motoki como Mitsuya, un timador; Jinpachi Nezu como Ogiwara, un empresario desequilibrado; Naoto Takenaka como Izu, un ex policía; y Kippei Shiina como Jimmy, un proxeneta tailandés.

El reparto está apoyado por los dos sicarios: Kazuya Kimura y –redoble de tambores– Takeshi Kitano, en su primer papel tras su accidente de moto de 1994. Para los Kitano-heads, este es un momento histórico: una ventana al punto de inflexión entre el Beat Takeshi pre y post-Zatoichi. El accidente no solo cambió para siempre su estilo interpretativo, sino también los ritmos de su edición y montaje. Tan presente está ese quiebre en su carrera en la película que el parche que lleva su personaje lo llevaba realmente Kitano, todavía sufriendo de hemorragias reales. Este es solo uno de los detalles que hacen que esta película se sienta como un rayo en una botella.

Gonin es un producto atípico de su época. Tras el estallido de la burbuja financiera e inmobiliaria de Japón en 1991, la película se estrena en los primeros años de la llamada "década perdida". Y definitivamente se siente perdida: no solo en el mar del cine de yakuzas post-burbuja (donde suele pasar desapercibida), sino también de manera diegética. Sus personajes son desechos económicos y la desesperación empuja tanto la trama como la estética.

Takashi Ishii entró en el cine de culto siguiendo el camino de muchos autores japoneses de los ochenta: a través del pinku eiga (un movimiento iniciado en los sesenta de cine de sexploitation). Este recorrido era común porque el cine erótico experimental de bajo presupuesto funcionaba como caja de arena de libertad creativa para directores frustrados con el sistema de estudios.

Ishii es el cerebro detrás de una de las joyas de la corona del pinku: Angel Guts, una serie de seis películas eróticas cargadas de violencia producidas por la Nikkatsu y basadas en sus propios mangas. Escribió los guiones, dirigió alguna de las entregas (la quinta y la sexta) y saltó a escribir películas hoy consideradas clásicas, tanto en la erótica (con Love Hotel de Shinji Sōmai, 1985) como en el horror (con Evil Dead Trap de Toshiharu Ikeda, 1988).

Es inevitable toparse con el ADN de Angel Guts viendo Gonin. El espíritu fatalista, el trauma desde el sexo y una violencia absoluta parecen sangrar desde sus mangas hasta impregnar este intento de cine de género.

Y digo "intento" sin connotación negativa. Gonin se traviste de pura sangre genérica, sobre todo en su primera mitad. Encontramos los tropos, los reconocemos, y esperamos una especie de Reservoir Dogs post-burbuja. Pero con cada plano la tensión crece hasta el estallido sangriento de la segunda mitad: ¡este NO es el cine de yakuzas para el que te prepararon en el cole! Se deforma hasta acercarse más a un slasher: una serie desenfrenada de escenas donde Kitano y Kimura masacran uno por uno a los cinco hombres. Entre la violencia extrema y un espíritu de futilidad que lo rodea todo, el valor humano pasa a ser cero. Más que caer en el impacto gratuito (tan común en el cine blockbuster "arthouse" post-milenio), entendemos cómo la desesperación y los extremos son parte esencial de la fisicalidad y la estética de la película.

La sangre mojada por la lluvia es una carroza más en este festival de cámaras lentas, planos aéreos y luces pre-cyberpunk. Encuadres hiperprocesados, viñetas cinematográficas y juegos de luz y profundidad de campo evidencian los orígenes como mangaka de Ishii. El tiempo se estira, los movimientos se diseccionan y se nos permite saborear cada detalle.

Me viene a la cabeza la primera vez en la que Bandai se topa con su futuro amante, Mitsuya, en la discoteca. Recibe un golpe en la cabeza e Ishii nos muestra la caída a través de trece planos. Bandai cae a cámara lenta e intercambia miradas con Mitsuya. Nos paramos en los ojos, los labios, las luces, los recuerdos sobreexpuestos (aaaah, los recuerdos sobreexpuestos, el oscuro pintalabios sobre la luz blanca), la sangre… Un primer encuentro que ya nos coloca delante –de manera menos evidente que en el tercer acto– del homoerotismo violento que presenta la película.

Y es que algo que uno no espera de una película noventera tan aparentemente inflada de masculinidad es el papel protagonista de no una, sino dos parejas homosexuales.

Por un lado, Bandai y Mitsuya, que comparten escenas de tensión sexual que no llegan a catarsis hasta la maravillosa secuencia en la que los sicarios matan a Bandai. 

Contra la puerta del baño de una tienda, Bandai está postrado, agarrándose el pecho, donde le han disparado. Mitsuya aguanta la puerta, esperando que los asesinos se vayan. La pistola se asoma por debajo de la puerta, deslumbra la escena con un primer disparo en el que Ishii se regodea con un freeze frame. El segundo y el tercero le dan a Bandai, que grita desesperado. Mitsuya le abraza. Insulta a los asesinos al otro lado mientras su compañero agoniza.

"Cuenta hasta tres y vete", le dice muriendo. Mitsuya coge su pistola y se prepara. Pero nadie cuenta hasta tres. Bandai le agarra de la corbata y le besa, marcando su cara con sangre. La pistola se le escurre a Mitsuya de entre las manos e intenta agarrar la cara de su amante solo para descubrir que es demasiado tarde. Ha muerto en sus labios.

"¿A dónde vas, Mitsuya? Yo voy contigo."


Por otro lado tenemos a Kitano y Kimura, los desalmados asesinos que en sus primeras escenas se nos presentan como un dúo maestro-aprendiz tradicional. Pero luego llega la escena. La escena.

La escena en la que descubrimos la vida del frustrado hombre de negocios interpretado por Naoto Takenaka (el personaje con el que hemos llegado a encariñarnos como la wild card del equipo, el empresario quemado, violento, torpe y divertido). Takenaka vuelve a casa tras el golpe y, poco a poco, se nos revela que había matado a su familia antes del inicio de la película. Es cuando está en la bañera junto al cadáver de su mujer que aparece Kitano con su cara de palo y su pistola, terminando su vida como si fuera algo que nos tuviéramos que quitar de enmedio.

Después de matar al psicópata, vemos a Takeshi bajándose los pantalones y exigiendo sexo a su vulnerable (y joven) compañero. Takeshi folla con su aprendiz delante del cadáver de una niña con la cabeza aplastada contra las teclas de un piano. En ese momento se me ponen los pelos de punta mientras suena mi alarma woke y me pregunto  por el papel de lo queer en esta película.

¿Está Ishii representando desde una mirada progresista o está relacionando lo queer con lo retorcido y lo grotesco?

Por supuesto, esa respuesta la tiene solamente Ishii. Pero si se me permite divagar, entiendo la presencia homosexual aquí como parte de su retrato de los márgenes sociales. No se trata de diversidad simbólica ni sensible, sino de un retrato de relaciones entre figuras marginales. No considero que Ishii relacione directamente lo queer con lo retorcido, pero permite que lo queer habite un entorno sádico.

En su universo autoral, el sexo siempre se entiende como herida traumática, herramienta de fatalidad, deseo de destrucción. Ya sea desde una violenta relación de poder y posesión con Beat y su alumno (llevando al extremo dinámicas que siempre han estado ahí en el cine de yakuza) o desde el erotismo contenido y la unión inevitable con Bandai y Mitsuya. La sexualidad siempre es una herida a los ojos de Ishii y, en un universo tan hipermasculino como el de Gonin, es natural que se presente desde la homosexualidad. Ishi se permite además experimentar una nueva dimensión de un elemento que siempre ha estado palpable en este tipo de cine, que es la adoración al cuerpo masculino (véase la ola de Commandos en los ochenta y de Point Breaks en los noventa).

Hay que mencionar que la película está a años luz de pasar el test de Bechdel. En la jungla de violencia del Tokio psicópata, Ishii no deja espacio a las mujeres y la feminidad viene desde sus personajes masculinos. Ni una sola mujer hace avanzar la trama de una manera que no sea muriendo. Esto hace el visionado aún más incómodo y desde luego sorprende viniendo de alguien con raíces en un género hiperfemenino como el pinky violence.

¿Acaso Takashi solo da espacio a personajes femeninos en su cine estrictamente erótico? ¿Tal vez otorga a la mujer un valor de inocencia instrumentalizando su presencia solo para destriparla en este retrato de crueldad?

En definitiva, Gonin es cruel. 

Difícil de ver pero magnética, manipuladora, engañosa y efectiva. Más que avanzar, se arrastra por la historia. Tan pronto como conocemos a estos hombres lo suficiente para reconocer todo lo que tienen que perder, se lo arrebatan. Y nosotros quedamos perdidos entre tortura, acoso, ejecuciones y desesperación suicida. Un universo hiper estilizado dentro de la clave del neo-noir que te deja pensando (tal vez, si me permitís fliparme, igual que la juventud del Japón de los noventa) que no hay futuro. 

Banal en su violencia pero sensible en el peso de las miradas de todos los personajes, sin importar lo rápida y horriblemente que vayan a morir.

    pum!

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